Déjalo que caiga y que se quiebre en partes desde la ventana,
simplemente contempla los ecos de esa visión y escucha los talán de las
campanas. Te llaman.
Desde el corredor a la torre oscura que se oculta
detrás de los árboles y los arbustos que envuelven la tarde
junto al brillo fulgente de toda la luz del cielo, aunque se rompan sus
alas.
Deja que caigan sus alas de barro o se arruine la pintura,
junto al aire solemne de la paz en las fauces blancas
porque es solo un brote o espora que llama vísperas vanas.
Déjalo solitario y también al pastor acomodado descansando el tedio,
contemplando
las eras vespertinas, alumbrado tras la ventana,
con esa pálida impresión que es tan intensa y que ahora puede sentir el
sonido y los espacios blancos que se abren en mil pedazos
con la figura cuando estalla.
No lloremos la condición infinita que finalmente dará la vuelta y
cerrará la puerta mirando por la ventana cuando le sea imposible hacer nada.
Los pensamientos llueven su constante
fulgor como estrellas sobre la fría existencia de un mar cósmico en palabras sabias,
y que otros conocen, o dicen conocer, y que
nunca brillaron para mí con luz absolutamente blanca.
Los pensamientos alumbran como centellas el
cielo de los espíritus,
y no se irán
conmigo una vez que iluminen mi alma,
pues presurosos huirán y jamás regresarán
de nuevo a calmar mis ansias.
Quedarán bailando ante la numerosa asamblea estelar que anuncia a los
cautivos su rebeldía contra su dios y sus papas.
La fusa
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