jueves, 5 de agosto de 2010

Vías férreas






En el sur profundo soplaba

un viento húmedo anunciando,

mucho más que el fin de la tarde,

el final de la hora inestable.



Algo inquietante estaba pasando.

Que le dio a su rostro un aire de mujer.

Entonces, al hombre, recostado en las vías

el corazón le latía con violencia.



El tren se sacudió sobre las vías

cuando él inspiró una gran conformidad.

Vi la diferencia entre él y los otros.

El tren se arrastraba, enseguida se detenía.



Él estaba realmente detenido.

Era un ciego en la oscuridad.

Como si me hubiese insultado, yo lo miraba.

Cada vez más inclinada.



Sin sufrimiento, vi que al hablar,

parecía sonreír pero dejó de hacerlo,

y el tren arrancó súbitamente.

Pocos instantes después ya nadie lo miraba.



El tren se sacudía sobre los rieles

y el ciego enmendado

había quedado atrás para siempre.

Yo miraba como se mira lo que no nos ve.



Sumergido en su mundo de oscura impaciencia,

nuevamente había transformado su malestar

en bondad extremadamente dolorosa, y yo,

en una nueva marcha silenciosa, desaparecí.