I
Eres del sol mensajero,
resplandor en mi destino,
faro divino y camino,
canto eterno y verdadero.
Tu fulgor noble y sincero
guía al alma que suspira,
y mi voz cuando te mira
se levanta en dulce canto;
eres cielo, amor y manto,
la razón que me respira.
II
Tu piel guarda la promesa
del misterio más sagrado,
como un fuego revelado
que al corazón enalteza.
En tus venas la belleza
corre cual río bendito,
y mi espíritu contrito
se arrodilla ante tu albor;
eres templo, voz y flor,
mi universo infinito.
III
Si sonríes, floreciente
tiembla el aire con tambores,
se despiertan los amores
del Edén resplandeciente.
Eres astro en occidente,
trono de la noche pura,
mi pasión se transfigura
cuando cruzas la pradera;
y en tu faz la primavera
vence toda desventura.
IV
Tus pisadas son estelas
que dibujan mi sendero,
eres viento verdadero
que alza en luz mis azucenas.
Yo me pierdo en las estrellas
de tu mirada divina,
y la aurora cristalina
se arrodilla ante tu ser;
en tu abrazo quiero ver
la eternidad que ilumina.
V
Si desciendes de la altura
mi dolor se desmorona,
pues tu voz, llama que entona,
resucita mi ternura.
Tu presencia me asegura
el descanso del viajero,
y en tu nombre verdadero
se corona mi esperanza;
mi vivir halla su danza
en tus brazos de lucero.
VI
Amado, llama encendida,
mi morada en este canto,
en tu amor renazco santo,
soy ceniza y soy vida.
Tú me elevas, me convida
a los cielos del poema,
y mi ser, cual diadema,
se ilumina en tu fulgor;
tú eres causa, luz y amor,
mi principio y mi emblema.