sábado, 22 de marzo de 2014

La loica - La fusa




 «Quienes son esas personas que aparecen en los sueños –me dijiste un día que yo traigo los sueños a la realidad-  porque ésa es la única manera de que nosotros los veamos; lo que vemos sólo es una proyección lanzada desde la distancia, luz procedente de una estrella muerta.»

Y eso me recuerda un sueño que tuve hace un par de semanas. Estaba en éste pueblito desierto y extraño del norte, te desagrada la palabra “extraño” —la imaginé como una ciudad amurallada, antigua—, la población estaba dañada o atacada por un tipo de epidemia que les afectaba la glándula pineal, la depresión los invadió. Era de noche; la calle estaba oscura, abandonada, molida como siempre. Andaba sin rumbo fijo y pasaba por el bosque, vi la casa de piedras en ruina, alrededor del bosque las plantas endémicas junto a escombros de fachadas demolidas, techos, cerámicos, envases de materiales de construcción y tarros de pintura oxidados, entre formas blancas como huesos y vidrios rotos. Pero aquí entre cactus, hierbas y matorrales, esparcidos entre desolados armazones de electrodomésticos, empecé a ver edificios nuevos, conectados por objetos futuristas iluminados desde abajo.

Fríos elementos de arquitectura fosforescente, fantasmales, surgían desde los escombros. Entraba y todo se parecía a un laboratorio. Oía el eco de mis pasos sobre el suelo verde agua transparente. Todos en la sala reunidos alrededor de una caja de cristal que relucía en la penumbra iluminando las caras.


Me acerqué un poco. Dentro de la caja había una máquina que daba vueltas lentamente sobre un plato giratorio, una máquina con partes de metal que se doblaban hacia dentro y hacia fuera y que se transformaba para dar lugar a nuevas imágenes. 

Todo el lugar, la playa y los cerros eran un templo... todas las casas eran tan impresionantes como las pirámides... y mi casa, en realidad la de mis padres, el partenón. 

La Historia ante mis ojos, cambiando sin pausa.

La fusa