viernes, 16 de diciembre de 2011

La nueva vida


Nos instalamos precisamente el 9 de diciembre, el día de mi cumpleaños. Yo solía pasear algunas veces por la ciudad en bici no más allá de la barrera. Me llevaba algún libro, lápices, una croquera-el manual de botánica por ejemplo- aunque raramente lo abría, pues prefería recordar o dibujar alguna plantita que me sabía de memoria. Notaba la sangre inquieta y el corazón oprimido, dulce y estúpidamente al mismo tiempo: algo esperaba, algo me intimidaba, a la vez que todo me sorprendía y estaba como a la expectativa. Mi fantasía jugaba y revoloteaba en torno a unas ideas fijas al igual que las golondrinas revolotean al atardecer sobre el río. Me abstraía, me embargaba la tristeza y hasta llegaba a llorar si se detenía. Pero tanto a través de las lágrimas como a través de la tristeza inspirada por un canto armonioso o por un bello atardecer, despuntaba, al igual que la hierba en primavera, la sensación permanente del despertar de una vida nueva.

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